Eduardo Hernández Herrero David Fernández Vegue
El Sábado 22 de Marzo 2008, tendrá lugar la presentación del Libro de greguerías titulado "TELONES DE LUNAS Y LINTERNAS MÁGICAS, MICROÍSMOS", de los autores: EDUARDO HERNÁNDEZ HERRERO y DAVID FERNÁNDEZ VEGUE, (con ilustraciones interiores del pintor Juan Luis Campos). Lugar: en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Zarza de Granadilla, a las 20:30 h. Este libro ha sido publicado por el Grupo Proyecto M dentro del proyecto de actividades culturales 2007 con subvención de la Dirección General de Promoción Cultural de la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura; forma parte de una serie dedicada a jóvenes autores, y en próximas fechas realizaremos la presentación de otro título "DEL TIEMPO, LOS CAMBIOS" poemario de Urbano Pérez Sánchez.
El Sábado 22 de Marzo 2008, tendrá lugar la presentación del Libro de greguerías titulado "TELONES DE LUNAS Y LINTERNAS MÁGICAS, MICROÍSMOS", de los autores: EDUARDO HERNÁNDEZ HERRERO y DAVID FERNÁNDEZ VEGUE, (con ilustraciones interiores del pintor Juan Luis Campos). Lugar: en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Zarza de Granadilla, a las 20:30 h. Este libro ha sido publicado por el Grupo Proyecto M dentro del proyecto de actividades culturales 2007 con subvención de la Dirección General de Promoción Cultural de la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura; forma parte de una serie dedicada a jóvenes autores, y en próximas fechas realizaremos la presentación de otro título "DEL TIEMPO, LOS CAMBIOS" poemario de Urbano Pérez Sánchez.
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Pólogo de: Álex Chico - Barcelona, septiembre de 2007
La mirada prodigiosa
La mirada es el abismo entre el universo y nosotros
a los autores
¿Qué conduce a alguien a erigir su mundo a base de greguerías? ¿qué motivación le lleva a desprenderse de sí mismo para comenzar a observar lo que le rodea? ¿acaso su vocación por entender mejor su entorno? ¿o simplemente su particular intento de embellecer hasta el límite las cosas? Las razones por las que un autor se detiene en la invención de esta literatura minúscula y autónoma son siempre variadas, pero todas ellas conducen siempre a lo mismo: aportar su particular homenaje a la existencia. Por eso, sus lectores podemos estar de enhorabuena. No se publica un libro de greguerías, sino un manual, un diccionario en este caso, que nos permitirá asumir con más ímpetu lo que hay de nosotros en los objetos que nos rodean, y viceversa.
No me detendré en el análisis histórico de esta forma literaria. Simplemente, bastará con aportar un par de pinceladas. La primera, la mención obligada a su inventor, que, si bien no fue el primero en ponerlas en prácticas, sí fijó su estructura. Ramón Gómez de la Serna (al que le dedican los autores una lúcida entrada en su diccionario) fue uno de esos casos atípicos dentro la literatura universal. No sólo por la calidad de su obra, sino por llegar a nosotros como el escritor que mejor ha entendido las posibilidades del momento. Lo que llamaríamos, en realidad, un adelantado a su tiempo, etiqueta que ponemos, paradójicamente, a todos aquellos que han sintonizado hasta el límite con su presente. Le ocurrió con el cine, que dignificó práctica y teóricamente allá por los años veinte, cuando aún no se sabía que ese extraño invento de los Lumière formaría parte de la educación sentimental de varias generaciones. Exploró hasta el final las posibilidades de la palabra, recuperando una antigua sintonía: la que unía el lenguaje con la realidad, haciéndolos formar parte de una misma cosa. Así, la greguería representaba ese extraño cauce que nos acercaba a la realidad para reinterpretarla, observada ahora desde una mirada poliédrica, vista desde todos los ángulos posibles. Al final, no sólo aportó su particular percepción, sino acabó dotándonos de una respuesta. La definición que ofreció de la greguería se basaba es una simple ecuación: humorismo + metáfora = greguería. Sabemos que este esquema no se cumplió en muchas de las greguerías que han llegado hasta nosotros. Sin embargo, esta fórmula se anticipó a lo que tiempo después Woody Allen ponía en boca de un personaje de su película Delitos y faltas: la comedia es igual a tragedia más tiempo. Esta última idea enlaza con esa segunda pincelada. En el arte estamos rodeados de greguerías. No nos hace falta acudir a un libro especializado en el tema. Basta con observar que buena parte de los escritores han recurrido a ella para explicar su particular visión de la realidad. Umbral, Borges, Martín Gaite, Paul Auster, Octavio Paz o el mismo Woody Allen han llegado a sorprendernos con algún comentario de este tipo. Y ninguno de ellos ha sacado un libro cuyo hilo principal sea la concatenación de greguerías. Se han valido de ella para expresar con lucidez y brevedad un aspecto diferente en cada caso. Así han definido la política, la historia, la literatura o el azar. La greguería, pues, no ocupa un lugar preciso, sino un espacio inabarcable, porque, como la vida, resulta una fuente inagotable cuando decidimos detenernos y observar. Es, ante todo, una mirada prodigiosa.
Telones de luna y linternas mágicas tiene la extraña habilidad de poner en práctica todas las posibilidades de esta forma poética. A partir de las definiciones que aparecen en su diccionario podemos deducir las dimensiones de la greguería, porque en cada una de las palabras aparecen reflejadas lo que puede dar de sí no sólo la greguería, sino la literatura. Han conducido hasta el límite los objetos, hasta el extremo de su existencia, tratando de exprimir al máximo su significado, y nos han aportado un lugar diferente, más habitable, porque lo han embellecido poéticamente. El hecho de que esté escrito con la estructura de un diccionario nos dice que se han propuesto reordenar el mundo. Es, sobre todo, un manual, parafraseando a García Márquez. Además, nos da pie a los lectores a buscar en cada momento una explicación mágica, mitológica, de lo que vemos. No obstante, hay una paradoja solapada en todo esto: queremos percibir de cerca los objetos, y sin embargo nuestro deseo reside en alejarnos lo suficiente como para observarlo a cierta distancia, porque nuestro objetivo es, al final, la contemplación. De ahí que haya sido un gran acierto la formulación de un diccionario. Las palabras son las mismas, pero sus significados han cambiado. Su dificultad reside en el hecho de que la materia prima, es decir, las palabras, ya han sido creadas. Por eso, su habilidad ha sido mayor: no han podido recurrir a otro lugar, sino a distribuirlo de tal manera que acabe llegando a nosotros lo existente y que acabe llegando de la forma más limpia posible. Digo limpia, porque se han servido de la observancia de un niño, recuperando la estructura original de las cosas. Han jugado con la vida igual que un recién nacido al palpar los objetos por primera vez. “Escribir una greguería es como abrazar un árbol desnudo”, dicen. Parece que estas greguerías nos dan una oportunidad no sólo de rejuvenecer, sino de nacer de nuevo.
El diccionario de telones y linternas mágicas nos proporciona una mirada integral, porque cada greguería es un estado, una impresión, un deseo. Por eso, me temo, Eduardo Hernández y David Vegue ya están condenados a observar el mundo de esta manera, haciendo legendarias nuestras pequeñas cotidianeidades. Su oficio no viene de ahora. Eduardo publicó hace unos años una muestra de sus greguerías en la revista Kafka y David ha aprovechado alguno de sus recitales poéticos en Granada o Salamanca para leer también las suyas. De hecho, aún recuerdo la primera vez que me leyeron una de sus greguerías. De Eduardo recuerdo aquella en la que me explicaba qué hacíamos realmente al apagar un cigarrillo: mandar un telegrama. Por eso, no puedo evitar pensar en ello cuando lo hago, imaginando que detrás del cenicero se esconde un mensaje oculto que va más allá de una habitación llena de humo. Me ha permitido pensar en un mundo paralelo que nace con una acción cotidiana. Ahí reside su grandeza, en la posibilidad de escapar sin necesidad de movernos.
Varias cosas me han llamado la atención en la lectura del diccionario. Una de ellas son los elementos que más se repiten en la lectura: sombras, huellas, alma, sueños… Aparecen en buena parte de las definiciones, y sirven como punto de referencia para explicar el reverso de las cosas. Me ha llamado la atención, ya digo, porque todos ellos son elementos oscuros, transitorios, cuya impronta no radica en ser materiales o eternos, sino en su capacidad de trasmitir un mensaje. No es la huella o la sombra. Es la idea que tenemos de ellas. El hecho de que aparezcan tanto es un ejercicio que trata de demostrar que la superficie nos ofrece una verdad a medias, sólo completada con ese lado oscuro de los objetos, porque a veces lo real no puede ser visible. De lo que se trata es de construir una realidad diferente, y los objetos inmateriales son la mejor manera que han encontrado para abrir esos mundos paralelos, dotando de nuevos usos a los objetos. La vida debe ser, ante todo, una metáfora. En este sentido, estos microísmos (resultado de sumar la brevedad, la poesía y la realidad cercana) son una celebración múltiple, una celebración de la mirada, del cine, del humor, de la literatura, de lo cotidiano, de la libertad creativa (¿cuántas veces podríamos identificar la medida del tiempo con la forma eternamente circular de un queso?). También es una celebración del lenguaje. Basta con leer aquellas que desgranan el orden de las palabras, combinándolas a la manera austeriana en un juego en donde el azar rige el vocabulario Cuando definen diccionario como el fruto de “nuestras ansias de infinito” le están diciendo al lector que tiene entre sus manos un objeto que cumple ese papel, su deseo de franquear el férreo muro del lenguaje para crear una dimensión mucho más insondable. En otras greguerías, como aquella en donde nos explican que un epitafio se escribe con tinta de piedra, nos advierten una realidad que ha estado ahí siempre. Por eso, parece mentira que no nos hayamos percatado antes. Era necesario fijarse un poco más, agudizar un poco más la mirada. No sólo para ver de qué están hechas las cosas, sino sus empleos verdaderos (“La escalera de caracol debería usarse para bajar a los infiernos”, “Las hojas caídas del otoño abrigan al suelo para que no pase frío en el invierno”, etc.). Las greguerías de Telones de luna… son casi todas caminos de ida y vuelta. Reciben un objeto y lo devuelven completamente cambiado. Es un camino de regreso. Nos desmontan todas las creencias, presuposiciones, verdades inmutables, y se ponen ahora en tela de juicio, como la advertencia que nos hacen en la entrada “Estrella”: “No olvides esto: cuando te indican una estrella no quieren que mires la estrella, sino el dedo". Vaya, resulta que no habíamos acertado. Tanto tiempo pensando en la dirección, en la distancia, cuando en realidad de lo que se trataba era de observar la cercanía. Proponen, en este sentido, una revisión profunda de los objetos, con el tiempo suficiente como para admitir que todo lo que leemos forma parte de una nueva interpretación del mundo. Al leer esa nueva dimensión que cobran los objetos hacen que haya sido todo un acierto el hecho de publicarlas, sin que suene a obligada adulación, porque de lo que se trata es de habernos permitido compartir su mundo, que también es el nuestro.
Cuando anteriormente hablábamos de la celebración de la greguería, queríamos decir también que hay una celebración de los sentidos. El diccionario puede y debe percibirse a través de todos ellos: escuchando concienzudamente los diálogos entre una cerilla y una piedra, observando elementos de naturaleza diferentes (luna, cielo, mar) y unirlos en una sola mirada, creando un nuevo museo sólo visible a través del tacto, saboreando el gusto enigmático de unos labios encerrados en un paréntesis, olfateando la brisa de una muerte que reposa en el nombre exacto de las cosas o en el perfume de un nombre. Han conseguido colarse en todos y cada uno de los ámbitos que nos acompañan diariamente, y han conseguido asimismo explicarnos lo que puede significar pasear por una calle solitaria a medianoche o perderse en un bosque a primera hora de la mañana. Nos han dado el material suficiente para creer en las cosas, la materia prima para que seamos nosotros los que experimentemos. Mientras observemos con calma, nada será banal. Todo tendrá la importancia que se merece. La existencia, por tanto, vuelve a ser un oscuro objeto del deseo.
Concluyo con una última idea: cada una de estas greguerías encierran historias, cada una sugiere una novela diversa. En el fondo, es una narración fragmentada. Detrás de cada pequeño texto, hay una evocación fabulosa que se inserta en la tradición cuentística de Monterroso, Cortázar o Galeano. Con este último matiz sólo me queda confesar una cosa: estábamos equivocados. Al final, esta vida sí era reversible. Darle la vuelta significa ahora vestir un traje diferente, mucho más lúdico. Vayamos al probador. Y juguemos.
Álex Chico
Barcelona, septiembre de 2007
La mirada es el abismo entre el universo y nosotros
a los autores
¿Qué conduce a alguien a erigir su mundo a base de greguerías? ¿qué motivación le lleva a desprenderse de sí mismo para comenzar a observar lo que le rodea? ¿acaso su vocación por entender mejor su entorno? ¿o simplemente su particular intento de embellecer hasta el límite las cosas? Las razones por las que un autor se detiene en la invención de esta literatura minúscula y autónoma son siempre variadas, pero todas ellas conducen siempre a lo mismo: aportar su particular homenaje a la existencia. Por eso, sus lectores podemos estar de enhorabuena. No se publica un libro de greguerías, sino un manual, un diccionario en este caso, que nos permitirá asumir con más ímpetu lo que hay de nosotros en los objetos que nos rodean, y viceversa.
No me detendré en el análisis histórico de esta forma literaria. Simplemente, bastará con aportar un par de pinceladas. La primera, la mención obligada a su inventor, que, si bien no fue el primero en ponerlas en prácticas, sí fijó su estructura. Ramón Gómez de la Serna (al que le dedican los autores una lúcida entrada en su diccionario) fue uno de esos casos atípicos dentro la literatura universal. No sólo por la calidad de su obra, sino por llegar a nosotros como el escritor que mejor ha entendido las posibilidades del momento. Lo que llamaríamos, en realidad, un adelantado a su tiempo, etiqueta que ponemos, paradójicamente, a todos aquellos que han sintonizado hasta el límite con su presente. Le ocurrió con el cine, que dignificó práctica y teóricamente allá por los años veinte, cuando aún no se sabía que ese extraño invento de los Lumière formaría parte de la educación sentimental de varias generaciones. Exploró hasta el final las posibilidades de la palabra, recuperando una antigua sintonía: la que unía el lenguaje con la realidad, haciéndolos formar parte de una misma cosa. Así, la greguería representaba ese extraño cauce que nos acercaba a la realidad para reinterpretarla, observada ahora desde una mirada poliédrica, vista desde todos los ángulos posibles. Al final, no sólo aportó su particular percepción, sino acabó dotándonos de una respuesta. La definición que ofreció de la greguería se basaba es una simple ecuación: humorismo + metáfora = greguería. Sabemos que este esquema no se cumplió en muchas de las greguerías que han llegado hasta nosotros. Sin embargo, esta fórmula se anticipó a lo que tiempo después Woody Allen ponía en boca de un personaje de su película Delitos y faltas: la comedia es igual a tragedia más tiempo. Esta última idea enlaza con esa segunda pincelada. En el arte estamos rodeados de greguerías. No nos hace falta acudir a un libro especializado en el tema. Basta con observar que buena parte de los escritores han recurrido a ella para explicar su particular visión de la realidad. Umbral, Borges, Martín Gaite, Paul Auster, Octavio Paz o el mismo Woody Allen han llegado a sorprendernos con algún comentario de este tipo. Y ninguno de ellos ha sacado un libro cuyo hilo principal sea la concatenación de greguerías. Se han valido de ella para expresar con lucidez y brevedad un aspecto diferente en cada caso. Así han definido la política, la historia, la literatura o el azar. La greguería, pues, no ocupa un lugar preciso, sino un espacio inabarcable, porque, como la vida, resulta una fuente inagotable cuando decidimos detenernos y observar. Es, ante todo, una mirada prodigiosa.
Telones de luna y linternas mágicas tiene la extraña habilidad de poner en práctica todas las posibilidades de esta forma poética. A partir de las definiciones que aparecen en su diccionario podemos deducir las dimensiones de la greguería, porque en cada una de las palabras aparecen reflejadas lo que puede dar de sí no sólo la greguería, sino la literatura. Han conducido hasta el límite los objetos, hasta el extremo de su existencia, tratando de exprimir al máximo su significado, y nos han aportado un lugar diferente, más habitable, porque lo han embellecido poéticamente. El hecho de que esté escrito con la estructura de un diccionario nos dice que se han propuesto reordenar el mundo. Es, sobre todo, un manual, parafraseando a García Márquez. Además, nos da pie a los lectores a buscar en cada momento una explicación mágica, mitológica, de lo que vemos. No obstante, hay una paradoja solapada en todo esto: queremos percibir de cerca los objetos, y sin embargo nuestro deseo reside en alejarnos lo suficiente como para observarlo a cierta distancia, porque nuestro objetivo es, al final, la contemplación. De ahí que haya sido un gran acierto la formulación de un diccionario. Las palabras son las mismas, pero sus significados han cambiado. Su dificultad reside en el hecho de que la materia prima, es decir, las palabras, ya han sido creadas. Por eso, su habilidad ha sido mayor: no han podido recurrir a otro lugar, sino a distribuirlo de tal manera que acabe llegando a nosotros lo existente y que acabe llegando de la forma más limpia posible. Digo limpia, porque se han servido de la observancia de un niño, recuperando la estructura original de las cosas. Han jugado con la vida igual que un recién nacido al palpar los objetos por primera vez. “Escribir una greguería es como abrazar un árbol desnudo”, dicen. Parece que estas greguerías nos dan una oportunidad no sólo de rejuvenecer, sino de nacer de nuevo.
El diccionario de telones y linternas mágicas nos proporciona una mirada integral, porque cada greguería es un estado, una impresión, un deseo. Por eso, me temo, Eduardo Hernández y David Vegue ya están condenados a observar el mundo de esta manera, haciendo legendarias nuestras pequeñas cotidianeidades. Su oficio no viene de ahora. Eduardo publicó hace unos años una muestra de sus greguerías en la revista Kafka y David ha aprovechado alguno de sus recitales poéticos en Granada o Salamanca para leer también las suyas. De hecho, aún recuerdo la primera vez que me leyeron una de sus greguerías. De Eduardo recuerdo aquella en la que me explicaba qué hacíamos realmente al apagar un cigarrillo: mandar un telegrama. Por eso, no puedo evitar pensar en ello cuando lo hago, imaginando que detrás del cenicero se esconde un mensaje oculto que va más allá de una habitación llena de humo. Me ha permitido pensar en un mundo paralelo que nace con una acción cotidiana. Ahí reside su grandeza, en la posibilidad de escapar sin necesidad de movernos.
Varias cosas me han llamado la atención en la lectura del diccionario. Una de ellas son los elementos que más se repiten en la lectura: sombras, huellas, alma, sueños… Aparecen en buena parte de las definiciones, y sirven como punto de referencia para explicar el reverso de las cosas. Me ha llamado la atención, ya digo, porque todos ellos son elementos oscuros, transitorios, cuya impronta no radica en ser materiales o eternos, sino en su capacidad de trasmitir un mensaje. No es la huella o la sombra. Es la idea que tenemos de ellas. El hecho de que aparezcan tanto es un ejercicio que trata de demostrar que la superficie nos ofrece una verdad a medias, sólo completada con ese lado oscuro de los objetos, porque a veces lo real no puede ser visible. De lo que se trata es de construir una realidad diferente, y los objetos inmateriales son la mejor manera que han encontrado para abrir esos mundos paralelos, dotando de nuevos usos a los objetos. La vida debe ser, ante todo, una metáfora. En este sentido, estos microísmos (resultado de sumar la brevedad, la poesía y la realidad cercana) son una celebración múltiple, una celebración de la mirada, del cine, del humor, de la literatura, de lo cotidiano, de la libertad creativa (¿cuántas veces podríamos identificar la medida del tiempo con la forma eternamente circular de un queso?). También es una celebración del lenguaje. Basta con leer aquellas que desgranan el orden de las palabras, combinándolas a la manera austeriana en un juego en donde el azar rige el vocabulario Cuando definen diccionario como el fruto de “nuestras ansias de infinito” le están diciendo al lector que tiene entre sus manos un objeto que cumple ese papel, su deseo de franquear el férreo muro del lenguaje para crear una dimensión mucho más insondable. En otras greguerías, como aquella en donde nos explican que un epitafio se escribe con tinta de piedra, nos advierten una realidad que ha estado ahí siempre. Por eso, parece mentira que no nos hayamos percatado antes. Era necesario fijarse un poco más, agudizar un poco más la mirada. No sólo para ver de qué están hechas las cosas, sino sus empleos verdaderos (“La escalera de caracol debería usarse para bajar a los infiernos”, “Las hojas caídas del otoño abrigan al suelo para que no pase frío en el invierno”, etc.). Las greguerías de Telones de luna… son casi todas caminos de ida y vuelta. Reciben un objeto y lo devuelven completamente cambiado. Es un camino de regreso. Nos desmontan todas las creencias, presuposiciones, verdades inmutables, y se ponen ahora en tela de juicio, como la advertencia que nos hacen en la entrada “Estrella”: “No olvides esto: cuando te indican una estrella no quieren que mires la estrella, sino el dedo". Vaya, resulta que no habíamos acertado. Tanto tiempo pensando en la dirección, en la distancia, cuando en realidad de lo que se trataba era de observar la cercanía. Proponen, en este sentido, una revisión profunda de los objetos, con el tiempo suficiente como para admitir que todo lo que leemos forma parte de una nueva interpretación del mundo. Al leer esa nueva dimensión que cobran los objetos hacen que haya sido todo un acierto el hecho de publicarlas, sin que suene a obligada adulación, porque de lo que se trata es de habernos permitido compartir su mundo, que también es el nuestro.
Cuando anteriormente hablábamos de la celebración de la greguería, queríamos decir también que hay una celebración de los sentidos. El diccionario puede y debe percibirse a través de todos ellos: escuchando concienzudamente los diálogos entre una cerilla y una piedra, observando elementos de naturaleza diferentes (luna, cielo, mar) y unirlos en una sola mirada, creando un nuevo museo sólo visible a través del tacto, saboreando el gusto enigmático de unos labios encerrados en un paréntesis, olfateando la brisa de una muerte que reposa en el nombre exacto de las cosas o en el perfume de un nombre. Han conseguido colarse en todos y cada uno de los ámbitos que nos acompañan diariamente, y han conseguido asimismo explicarnos lo que puede significar pasear por una calle solitaria a medianoche o perderse en un bosque a primera hora de la mañana. Nos han dado el material suficiente para creer en las cosas, la materia prima para que seamos nosotros los que experimentemos. Mientras observemos con calma, nada será banal. Todo tendrá la importancia que se merece. La existencia, por tanto, vuelve a ser un oscuro objeto del deseo.
Concluyo con una última idea: cada una de estas greguerías encierran historias, cada una sugiere una novela diversa. En el fondo, es una narración fragmentada. Detrás de cada pequeño texto, hay una evocación fabulosa que se inserta en la tradición cuentística de Monterroso, Cortázar o Galeano. Con este último matiz sólo me queda confesar una cosa: estábamos equivocados. Al final, esta vida sí era reversible. Darle la vuelta significa ahora vestir un traje diferente, mucho más lúdico. Vayamos al probador. Y juguemos.
Álex Chico
Barcelona, septiembre de 2007
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